Cuando parecía saldada la discusión entre ambas posiciones, o al menos bastante claras las diferencias, en el último tiempo la preferencia y adopción de open source por parte de grandes corporaciones volvió a poner el tema en agenda y a generar cierta confusión en la que estas empresas -anteriormente asociadas al software privativo- empiezan a parecer “menos malas”. Compartimos algunas ideas para seguir pensando de qué hablamos cuando nos posicionamos desde una u otra perspectiva.

Un repaso (breve) de la historia

Por si algún/a recién llegada/o al software libre no sabe de qué estamos hablando, contamos muy brevemente los inicios de ambos “movimientos” (…y nos quedará pendiente pensar si ambos pueden considerarse como tales).

El software libre surgió de la iniciativa de Richard Stallman en la década de los ‘80 quien fundó la Free Software Foundation (FSF), una organización sin fines de lucro que se basa en la divulgación y defensa de las Cuatro Libertades, y así promueve la libertad universal para estudiar, distribuir, crear y modificar software.

Hacia fines de los ‘90 algunos sectores empezaron a usar el término “open source” o “código abierto”, en lugar de software libre, para describir lo que hacían. En 1998 decidieron separarse y conformaron la Open Source Iniciative (OSI) como una organización educativa, de defensa y de administración del desarrollo colaborativo de software. Desde la perspectiva del código abierto la decisión de usar software no privativo radica principalmente en sus ventajas prácticas: el costo ahorrado en licencias, la menor o nula propagación de virus, la reutilización del código, por sólo mencionar algunas.

Ahora sí, nos interesa destacar algunas diferencias fundamentales que nos hacen elegir, promover y difundir el software libre.

¿Ventajas técnicas o necesidades sociales?

El rumbo que ha tomado uno y otro movimiento se ven claramente materializados en los discursos que utilizan para fundamentar y promover la adopción de software libre / abierto, priorizando la dimensión técnica o la dimensión ética, en uno y otro caso. En una entrevista reciente, Jim Whitehurst, CEO de Red Hat –una de las distribuciones emblemáticas de la iniciativa de código abierto– explica que el abaratamiento de costos es un aspecto central en la difusión de la propuesta.

Nos preguntamos entonces, ¿si lo que privilegiamos es la eficiencia y el utilitarismo como valor distintivo, no estamos perpetuando la lógica el modelo privativo? Incluso promoviendo una alternativa frente a los monopolios informáticos, estas propuestas invisibilizan o subestiman el poder de las tecnologías como herramientas de control social.

Por otra parte, la mirada social y política que sostiene el movimiento de software libre sobre los procesos de producción tecnológica cuestiona la eficiencia como componente central. Explica Richard Stallman:

Hoy mucha gente se está cambiado al software libre por razones puramente prácticas. (…) Tarde o temprano a estos usuarios se les invitará a regresar al software propietario por alguna ventaja práctica. Innumerables empresas intentan ofrecer tal tentación, y ¿por qué iban a rechazarla los usuarios? Sólo si han aprendido a valorar la libertad que les da el software libre, en su propio interés.

Podemos anticipar que si las estrategias que usan el movimiento de software libre y la iniciativa open source para difundir y promover el uso de tecnologías no propietarias ponen el acento en ventajas y prioridades claramente diferentes, esta distinción no es ajena a la forma en que se estudia, se enseña y se desarrolla el software.

¿Propiedad privada o bienes comunes?

Como decíamos al principio, cada vez más empresas están optando por utilizar y desarrollar software de código abierto, promoviendo a su vez que muchas organizaciones y comunidades se formen en estas herramientas. La conveniencia de no pagar costosas licencias o poder actualizar y mejorar más fácilmente sus plataformas de trabajo ha puesto al open source entre las preferencias de grandes compañías tecnológicas.

Sin embargo, esta adopción no responde a un interés de democratizar el acceso sino más bien de optimizar el rendimiento y las ganancias. La premisa es que al compartir el código, el programa resultante tiende a ser de calidad superior al software propietario. Y para lograr una mayor calidad técnica lo ideal es compartir el código, aunque las directrices de la OSI no obligan a hacerlo.

En cambio, el movimiento de software libre y la FSF entienden la lógica empresarial como contraria a la libertad del conocimiento y de la información. Y este cuestionamiento incluye también a aquellas compañías que han optado por el código abierto, porque ponen en juego la idea de libertad y la posibilidad de compartir y multiplicar los recursos tecnológicos.

¿Puede existir una vía alternativa al capitalismo, económicamente sustentable, que no esté basada en el control de la información? ¿Puede existir una economía en la que la competencia se defina en un nivel diferente? Una respuesta posible, entre otras, la encontramos en numerosas iniciativas en Argentina y en América Latina que proponen formas cooperativas de trabajo para el desarrollo de software libre.

Para cerrar, volvemos a citar a Stallman:

La diferencia fundamental entre los dos movimientos está en sus valores, en su visión del mundo. (…) Para el movimiento open source, el software no libre es una solución ineficiente. Para el movimiento de software libre, el software no libre es un problema social y el software libre es la solución.

Sin dudas, como señala el propio fundador de la FSF, el término ‘libertad’ incomoda.